Tocando el cielo con mis manos

La habitación oscura como mar profundo. La noche
llena de estrellas que cantan como grillos en la soledad.
Mis recuerdos me llevan siempre a aquel lugar. La luna
se asoma jugando con su sensualidad, la de su brillo
promiscuo sobre nuestra humanidad. Las cortinas
bailan avivando el suspiro del deseo de amar. Siento
tu roce, casi un grito de necesidad, de la piel desnuda
frotando las sábanas. Giro lentamente buscando con
curiosidad, tu mano me detiene, boca arriba, mirando
el techo y las sombras que se reflejan de una rama, me
dicen que son tus brazos quitándose hasta la última
hoja otoñal. Mi cuerpo responde, se agita, se estremece,
se inquieta, espera tu propuesta que no tarda en llegar.
Sin palabras, sólo me tocas para acomodar las piezas
de este juego llamado amar. Veo tu silueta recortada
en la luz de la ventana, no distingo detalles pero sé que
de espaldas estás. El calor de la noche se hace fuego,
la piel comienza a sudar, quiero tomarte pero escapas,
te resbalas de la ansiedad. Distingo apenas los pliegues
de tus piernas, que se acomodan, se mueven lentos,
pero se mueven, un movimiento, se detienen un
segundo y vuelven a comenzar.
Siento tus manos aprisionando mis piernas,
sujetándome como brioso corcel a punto de saltar. Veo
que levantas la cabeza mirando al cielo sin mirar. Giras
a un lado dejándome intuir que no necesitas de los
ojos para gozar. Y tu espalda comienza a brillar, mil
estrellas que son gotitas de felicidad. Y te recorro con
las puntas de mis dedos, dibujando plegarias a la diosa
del placer, pidiéndole al tiempo que deje de correr. Y
los suaves movimientos se hacen galopes sin control.
Y mis manos ya no dibujan, ahora tallan con sus
uñas bajorrelieves en tu piel desnuda. Por segundos
dejo de respirar, sólo puedo sentir ese demonio que
se ha apoderado de los dos, volviéndonos uno en el
amor. Y mi cuerpo llega profundo, sintiendo el límite
de tu cuerpo, pero llevándolo más allá. Todo es color
rojo carmesí, el brillo de la piel en su límite de
expansión. Las venas dibujadas como las ramas de la
noche, oscuras, con sangre que el torrente de un río,
en tus aguas claras y dulces, que son un mar oscuro y
salado, se han de perder, buscan unirse, tratan de
fundirse en un lodazal. Y aprendo tus formas, las
dibujo con mis dedos recorriendo tu piel, busco tus
labios, me los mojas, los esquivas, los retienes con un
mordisco, luego los absorbes con tu aire y vuelves a
respirar. Intento levantarme pero soy tu prisionero, tu
esclavo, tu deseo carnal, así lo entiendo, y me rindo y
no quiero escapar. Te tomo de la cintura, te ayudo a
jugar, te levanto y dejo caer, y luego de nuevo, y luego
otra vez. Y tu grito se corta, aire que no llega porque
tu cuerpo sólo quiere amar. Bajo las manos, tratando
de tu cuerpo acomodar, hago espacio entre tus carnes,
quiero sentirte mas cerca, que entre tú y yo no haya
lugar. Y lo logro, ni espacio para más que piel entre
los dos. Y mi mano a tu cuello, te sujeto, te tiro hacia
atrás. Se resbalan los dedos, la humedad, esa humedad.
Y busco besarte y no puedo, desquitándome a
mordiscones me sentirás. Tu espalda un campo de
batalla, con los signos de una lucha mortal. El mundo
se ha vuelto nada, tu cuerpo y el mío batiéndose a
duelo una madrugada. La cama testigo mudo que
empieza a chillar. Y sigo recorriéndote, ya no para
escapar, sólo como sumiso náufrago en medio de la
tempestad. Las aguas que corren sin piedad, dan a
este sediento hombre un hilo de saciedad. Pero
quiero más, lo busco con mis dedos, apenas gotas se
empapan en ellos, los llevo a mis labios, lo sé disfrutar,
de a poquito, de a poquito y quiero más.
Tu frenesí se ha vuelto a desbocar, guías mis manos,
de tu vientre hemos de comenzar, subo lentamente
hasta tus curvas deliciosas, veo signos que me invitan
a continuar, sus centros erguidos, apuntando
quién sabe a qué lugar, los dejos por mis dedos
pasar, que recorran cada centímetro de mis palmas,
que escribas con ellos en la memoria de mi piel, todo
aquello que la tuya llama placer. Y llegan besos, ya
casi sin besar, besos de los cuales brotan ríos, mojan
labios y piel. Besos cansados al hastío de besar y no
saciar la piel. Y en la profundidad de tu cuerpo,
allí donde sólo siente tu alma, el mío deja marcas,
nuevos límites, nuevos conceptos de lo que significa
amar. Y la música de un gemido, ahogado en un grito,
incoherencias de nuestro lado animal volviendo a nacer,
nos dice que ha llegado la hora de que ese río entrando
en el mar empiece a correr, descontrolado, abnegando
los rincones mas íntimos de dos almas que se volvieron
a encontrar. Y los segundos se hacen lentos, la luna ha
dejado de brillar, todo como una película muda que
llega a su final, cada vez más despacio, tratando de
eternizar un instante, hacerlo bandera del placer, con
tus dedos buscas ese néctar, lo llevas a tus labios y lo
saboreas como a la miel. Mi cuerpo se abate, siente
los golpes de la batalla, mi piel sangra y mis ojos lloran.
Y te apiadas de mí, giras y recuestas tu cuerpo sobre el
mío, sentimos los corazones agitados, latiendo uno
sobre el otro. Me miras con inocencia y picardía, esa
diablura de tu rostro que solo puedo imaginar. Tomo
tu rostro entre mis manos, te beso, te beso, te beso y la
batalla vuelve a comenzar, después de todo, sólo somos
humanos, y este hombre ha tocado el cielo con sus
manos cuando te pudo amar.

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